Para
comprender un texto, el lector tiene que interactuar con él desplegando una
gran actividad cognitiva. Es decir, para entender lo que lee, un lector
experimentado “actúa” sobre el texto: se encamina al texto con preguntas que
guían su lectura, ajusta su modalidad de lectura al propósito que persigue,
relaciona la información del texto con sus conocimientos previos, realiza inferencias (extrae
conclusiones que no están presentes en el texto mismo), formula hipótesis y las
pone a prueba, está atento para ver qué entiende y qué no, decide volver a leer
ciertas partes para aclarar sus dudas, comparte con otros lectores sus
interpretaciones, comenta sobre lo leído, etc.
En situaciones de lectura, cuando no están
condicionadas por la evaluación, el lector elige el texto que va a leer porque
tiene un propósito definido, propósito que es el motivo que lo
lleva a la lectura (esparcimiento,
búsqueda de cierta información, comunicación con otra persona que no está
presente, etc.).
Para hacer esa elección, el lector ha
realizado anticipaciones o hipótesis acerca del contenido del texto
(supone que el texto elegido le va a servir para su propósito de lectura: que
va a encontrar la información que busca o que va a entretenerse con su lectura,
etc.). A partir de entonces, y mientras va leyendo, continúa formulando nuevas
anticipaciones de distinto alcance, que verificará o no, mientras avanza en la
lectura. Estas anticipaciones son conjeturas o suposiciones acerca del
significado de lo que dice el texto y acerca de otros aspectos del mismo. Si la
hipótesis que elabora el lector no concuerda con lo que él mismo encuentra al
seguir leyendo, la hipótesis es reformulada y nuevamente puesta a prueba.
Es decir, el lector formula hipótesis y busca indicios en el texto para
verificarlas o rechazarlas. Las anticipaciones
que realiza el lector se basan en sus conocimientos previos
(conocimientos sobre el tema, sobre el mundo en general, sobre la lengua y
sobre los distintos tipos de textos). Es decir, a lo largo de todo este proceso
de lectura, el lector necesita relacionar lo que dice el texto con lo
que él ya sabe; y esto sólo ocurre
cuando dispone de algunos conocimientos sobre el tema y cuando se
involucra en su propio proceso de comprensión porque tiene algún propósito
personal que lo justifica.
Según el propósito de lectura y de acuerdo
con las anticipaciones que realiza, el lector efectúa una lectura más o menos
selectiva: decide qué partes del texto lee. No siempre necesita leer todo.
También decide el orden de su lectura: puede empezar por la contratapa
de una novela, donde encontrar datos sobre el autor; puede comenzar por
explorar el índice de un libro de consulta para ver si se trata del tema que
busca; puede iniciar su lectura del diario con los chistes o con el pronóstico
del tiempo, y también puede empezar a leer el inicio de un ensayo, saltear
algunas partes y centrarse en el final.
Estas elecciones sobre qué y en qué orden leer se
denominan modalidad de lectura.
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Por consiguiente, el conocimiento del tipo de texto que está leyendo y
el propósito de lectura que tiene un lector determinan la modalidad de lectura
que implementa (leer palabra por palabra, hojear el texto para obtener un
panorama general, leer y volver
a leer, etc.)
A lo largo de la lectura, el lector va
controlando su propia comprensión del
texto. Si el lector detecta dificultades en su comprensión, debe
decidir qué hacer, puede seguir leyendo en espera de una aclaración,
puede volver hacia atrás para ver si es necesario reformular lo que
lleva entendido, puede consultar a alguna persona o algún otro texto que
tenga próximo, etc.
A través de este proceso, lo que el lector
logra es representarse mentalmente lo principal del texto en relación con su
propósito de lectura y con sus conocimientos previos. En realidad, es a medida
que lee que va elaborando esta representación (también llamada “modelo”) sobre
el significado del texto, la va haciendo más precisa y la va poniendo a prueba.
Es decir, la representación del texto en el lector va modificándose a lo largo
de la lectura. Esta representación mental del texto se logra a través de
diversas operaciones que realiza el lector (chequea la permanencia o el cambio
del tema, va armando la estructura, va relacionando el sentido de las palabras
entre sí, establece relaciones hacia adelante y hacia atrás, realiza
inferencias, es decir, deduce cuestiones no presentes expresamente en el texto,
etc.)
Al mismo tiempo, el lector realiza una
valoración del texto: lo juzga interesante, bello, falso, etc., ubicándolo
respecto de su concepción del mundo, es decir, en relación a algunos de sus
conocimientos previos.
La comprensión de un texto no es la misma
para distintos lectores:
Cada lector construye una interpretación
de lo leído según
sus conocimientos y según su propósito
de lectura.
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