martes, 31 de marzo de 2020

Visión 7: Libros escolares accesibles

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Textos escolares: ¿necesarios o prescindibles? en Caminos de Tiza (1 de 4)

Textos escolares: ¿necesarios o prescindibles? en Caminos de Tiza (2 de 4)

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viernes, 27 de marzo de 2020

texto argumentativo

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332 argumentación y oratoria

La escuela, garantía de futuro

La escuela, garantía de futuro

Una educación que forme ciudadanos participativos y solidarios, que utilicen críticamente las nuevas tecnologías, ayudará a la construcción de una sociedad más justa, humana y sin exclusiones.

Pronosticar que en las próximas décadas los medios de comunicación audiovisual, las computadoras y las redes informáticas como Internet reemplazarán a escuelas y maestros, se ha convertido en un lugar común entre "futurólogos" encandilados por las nuevas tecnologías. Las visiones más apocalípticas han comenzado a apostar acerca de la fecha precisa de la extinción de estos "dinosaurios" de la modernidad. El aluvión de publicidad informática ha colocado a la defensiva a quienes nos dedicamos a la educación escolar. ¿Qué haremos cuando las máquinas ocupen nuestro lugar?
Al contrario de lo que plantean estas perspectivas, nunca como ahora la función de la escuela y los maestros ha resultado más imprescindible para la formación integral de los futuros ciudadanos y trabajadores. La irrupción de las nuevas tecnologías plantea el desafío de transformar el papel de la escuela y los maestros, pero de ninguna manera significa su desaparición.
En un artículo reciente, Umberto Eco nos brinda un excelente ejemplo de la vigencia y a la vez de la necesidad de transformar la labor de los educadores. El autor italiano nos advierte que, si para beneficiarnos, alguien nos ofrece regalar un billón de dólares con la condición de que para gastarlos debemos previamente contarlos de a uno, lo más inteligente que podemos hacer es devolverlos. El trabajo de contarlos uno por uno nos llevaría más de 31 años y si pretendemos comer y dormir, cerca de 63 años. La figura es útil para entender qué es lo que ocurre con los niños y jóvenes cuando se enfrentan al billón de informaciones que contienen la memoria de la computadora o las páginas de Internet. Al igual que en el caso de los dólares, la información acumulada de esta manera es inutilizable. Para que alguien pueda usar esta información, la escuela debió enseñarle previamente a seleccionarla, clasificarla, decodificarla y poder realizar una lectura crítica de ella. Más aún: la escuela debe brindarle las competencias para convertirse también en un productor de información, que él mismo pueda luego colocar a disposición de los demás. De esta manera, la función de la escuela se transforma. Su papel principal ya no está, como hasta ahora, en colocar en la memoria del niño fechas, datos, fórmulas. De toda formas no podría competir con la memoria y la información que poseen las PC.
Autopistas y senderos
Pero la utilización de estas nuevas herramientas para el aprendizaje exige haber adquirido saberes y competencias previas. El desafío actual de la escuela es desarrollar en todos los niños y jóvenes estos conocimientos. Sólo la escuela puede democratizar las competencias que se requieren para lograr el dominio de las nuevas tecnologías y evitar que su utilización sea patrimonio de una elite.
Pero la vigencia de la escuela no sólo se proyecta hacia el futuro a partir de los contenidos que ella transmite, sino también a través de su papel socializador, de formación en valores y de lo que en ella se aprende y se vive. Quienes imaginan que la escuela es reemplazable por autopistas informáticas precisamente confunden a la escuela con eso: con una autopista. Como describe Milan Kundera en su libro La inmortalidad, en las autopistas sólo importa cómo se entra y cómo se sale. Son iguales en todas partes del mundo y el objetivo es transitarlas rápido. Nada de lo que ocurre dentro de ellas es importante. Las escuelas, en cambio, se asemejan mucho más a los senderos, a los caminos, en los que no sólo es importante adonde se quiere llegar sino el trayecto mismo. En los senderos, es tan trascendente el destino al que pretende arribar como lo que se conoce, lo que se descubre, lo que se crea al andar. Es necesario destacar que una buena parte de los aprendizajes que ocurren en la escuela no se transmiten en una sola dirección. Se producen por el intercambio diario entre maestros y alumnos. Por ejemplo, por la posibilidad de escuchar y debatir con perspectivas sociales e ideológicas diferentes y contrastarla con las propias. También por la posibilidad de aprender valores y actitudes democráticas en el único clima posible: la diversidad, la tolerancia y el respeto por el otro. Es así como, para quienes conciben escuelas autopista, las instituciones educativas son fácilmente sustituibles por sistemas de educación a distancia. Para quienes conciben que las escuelas son senderos que valen la pena ser transitados y para quienes creen que esas vivencias se transforman en sensaciones, valores y aprendizajes imprescindibles para la vida futura, la experiencia escolar resulta irreemplazable.
Pero los actores educativos no somos meros espectadores del futuro de la escuela. El mayor favor que las autoridades, los docentes y los padres podemos hacer a quienes predicen el fin de la escuela es quedar atrapados por el miedo a las nuevas tecnologías y tratar de mantener la educación inmutable frente a las transformaciones que ocurren en la sociedad. Su pérdida de vigencia y utilidad contribuirán a su desaparición o a su vaciamiento y transformación en guarderías. Enfatizar el papel de la escuela en función de la formación de ciudadanos participativos y solidarios y en la construcción de saberes y competencias para utilizar, dominar y tener una mirada crítica respecto de las formas de incorporación de las nuevas tecnologías informáticas, no sólo garantizará la presencia sustantiva de la escuela en el mundo que viene. También será un gran aporte a la construcción de una sociedad más justa, humana y sin exclusiones, donde los beneficios que produzcan los avances científico-tecnológicos se coloquen al servicio de todos sus ciudadanos.

El libro escolar como maestro

El libro escolar como maestro

Por Umberto Eco Para LA NACION
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23 de julio de 2004  
La idea gubernamental (por ahora, en estado de propuesta) de sustituir los libros de texto por material extraído de Internet, para aligerar las mochilas escolares y para bajar el costo, ha suscitado diversas reacciones. Los editores de textos educativos y los libreros consideran ese proyecto como una amenaza para una industria que da empleo a miles de personas.
Si bien me solidarizo con editores y libreros, se podría decir que por parecidas razones podrían haber protestado los fabricantes de carrozas y coches y los criadores de caballos ante la aparición del vapor o (tal como lo hicieron) los tejedores ante la aparición de los telares mecánicos.
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La segunda objeción es que esa iniciativa prevé que habrá una computadora para cada estudiante, pero es dudoso que el Estado pueda hacerse cargo de esa compra, e imponérsela a los padres implicaría para éstos un gasto mayor que el de los libros .
Por otra parte, si se comprara una computadora por cada clase, eso perjudicaría el aspecto de investigación personal, que constituiría el mayor atractivo de la propuesta... y lo mismo daría imprimir, en la imprenta estatal, miles de volantes y repartirlos cada mañana, como se hace con las hogazas en los comedores populares. Pero todavía se podría esperar que llegara el momento de la computadora para todos.
Pero el problema es otro. Es que Internet no está destinada a sustituir a los libros: es tan sólo un formidable complemento, un incentivo para leer más. El libro sigue siendo el instrumento principal de transmisión y disponibilidad del conocimiento y los textos escolares representan la primordial e insustituible oportunidad de educar a los niños en el empleo del libro.
Además, Internet proporciona un repertorio fantástico de información, pero no entrega ningún filtro para seleccionarla, mientras que la educación no consiste solamente en transmitir información sino en transmitir criterios de selección. Esa es la función del maestro, pero también la función de un texto escolar, que ofrece, precisamente, el ejemplo de una selección realizada entre el maremágnum de toda la información posible.
Y eso ocurre incluso con el texto peor hecho. Al profesor le corresponderá criticarlo por su parcialidad, pero siempre desde el punto de vista de otro criterio selectivo. Si los niños no aprenden eso, que la cultura no es acumulación, sino la capacidad de discriminar, no habrá educación, sino caos mental.
Algunos estudiantes entrevistados han dicho: “¡Qué bueno, así podré imprimir únicamente la página que me sirve, sin tener que seguir buscando cosas que no tengo que estudiar!”. Error.
Recuerdo que en un tercer año, a fines de la guerra, los profesores (los únicos de mi carrera estudiantil cuyos nombres he olvidado) no me enseñaban gran cosa, pero, por despecho, yo hojeaba mi texto, una antología en la que por primera vez encontré la poesía de Ungaretti, de Quasimodo y de Montale. Fue una revelación y una conquista personal.
El libro de texto vale precisamente porque permite descubrir incluso aquello que el profesor se ha olvidado de enseñar, y que otro, en cambio, consideró fundamental.
Además, el libro de texto permanece como remanente y recordatorio de los años escolares transcurridos, en tanto que algunas hojas impresas para uso inmediato, que se caen constantemente al suelo y que suelen tirarse después de que se las ha subrayado (nos sucede a los estudiosos, así que podemos imaginarnos lo que les sucede a los escolares), no dejan ningún rastro en la memoria. Son, lisa y llanamente, una pérdida. Es cierto que los libros podrían ser menos pesados y costar menos si prescindieran de tantas ilustraciones en color. Bastaría que un libro de historia explicara quién fue Julio César y después resultaría sin duda apasionante, si se dispone de una computadora, buscar en Google Image y salir a la caza de imágenes de Julio César, de reconstrucciones de la Roma de la época, de diagramas que expliquen cómo estaba organizada una legión.
Digo esto parar no mencionar que si el libro indicara, además, algunos sitios de Internet útiles para profundizar el tema, el alumno tal vez se sentiría embarcado en una aventura personal... aunque el profesor debería ser capaz, después, de enseñarle a distinguir los sitios serios, los que valen la pena, de los sitios chapuceros y superficiales. Libro e Internet son, por cierto, una mejor dupla que libro y pistolas.
En fin, no sería bueno abolir los libros de texto. Internet podría, sin duda, sustituir a los diccionarios, que son los que más pesan en la mochila. Abonarse con un gasto módico a un diccionario de latín, de griego o de cualquier otra lengua, disponible en línea por medio de una contraseña, como ocurre con el e-mail, sería, ciertamente, un recurso muy útil y rápido.
Pero todo debería girar siempre en torno del libro. Es cierto que el presidente del Consejo ha dicho en una oportunidad que hace veinte años que no lee una novela, pero la escuela no debe enseñar a convertirse en presidente del Consejo. Al menos, no en un presidente como el actual.

El texto: claves lingüísticas y textuales    La divergencia entre las interpretaciones posibles, nunca será tal que se pueda afirmar que...